Cuando vi al niño muerto, no pude aguantarlo más y me derrumbé. Volví a caer de rodillas por segunda vez desde que desperté. Me acerqué al niño y lloré como nunca recuerdo que había llorado. Mientras lo abrazaba, fui cayendo lentamente en la oscuridad y al cabo de un rato me dormí. Cuando desperté recordaba haber soñado algo y creía que lo que había visto era todo un sueño y que aún seguía soñando. Pero abrí los ojos y sentí que el niño estaba a mi lado, como en el sueño, y que todo a mi alrededor era muerte y destrucción.
Aún seguía llorando y comencé a cavar un hoyo lo bastante profundo para enterrar al niño. Cuando acabé, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. Cogí al niño con muchísimo cuidado, como si yo misma fuera su madre, y lo enterré, y con las mismas manos que habían cavado ese hoyo, arrojé la tierra encima del cuerpo inerte del crío, habiendo así enterrado también mis muchos miedos que me atenazaban. Y emprendí mi búsqueda, una búsqueda de respuestas a unas preguntas que sabía no hallaría con facilidad la respuesta.
Más adelante, cuando el sol se había ocultado completamente, andando entre cadáveres, escuché débilmente el tormento de alguien. Me acerqué rauda y veloz hacia el lugar de donde provenían los quejidos, y allí encontré a un hombre cuyas facciones de la cara se veían a duras penas, ya que tenía toda la cara hinchada y llena de cortes por donde sangraba mucho. Se dio cuenta de que yo andaba por allí porque me escuchó, y débilmente como se encontraba levantó una mano.
-Agua. -me pidió ese hombre con un gemido de dolor-. Agua... -volvió a repetir.
Yo por suerte, llevaba una vejiga con agua y le di de beber.
-Señor, por favor, necesito saber qué ha pasado aquí. Acabo de salir de la fortaleza y tanto dentro como fuera hay muerte. -supliqué.
-Señora, sí sé lo que ha pasado aquí, pero no creo que usted pueda comprenderlo ahora mismo. Me he dado cuenta de que no recuerda nada -dijo en una voz casi inaudible.
-Le suplico por favor que me diga lo que sepa... -le dije muy consternada.
-Ante vos, se extienden todas las muertes de dos pueblos vecinos. Allá hace mucho tiempo, los dos monarcas eran amigos. Hasta que a sus tierras llegó una mujer cuya belleza hipnotizó a los reyes. Cada uno quería a esa mujer para sí mismos, y ella no les correspondía a ninguno de ellos. Hasta que empezaron los intentos de envenenamientos, los asaltos, los asesinatos... Hasta que un día estalló la guerra. Cada uno de los reyes llamó a los campesinos a la batalla, todos y cada uno de ellos, incluso a algunos niños. Pero los dos reyes fracasaron, todos murieron. A la mujer cuya belleza había provocado la guerra, no la encontraron, desapareció del mapa. Y ahora veo que nunca desapareció, que siempre estuvo allí... -me dijo, mientras su voz se fue apagando poco a poco y se quedó callado.
-Y ¿quién es esa mujer tan bella por la que se pelearon los reyes? -pregunté sin comprender totalmente sus palabras.
-Esa mujer, -calló de repente para darle más énfasis a sus palabras e intentar darle emoción - eres tú.
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